Cómo Lázaro encontró un molinero, y de las cosas que a este le ocasionó

A poco tiempo de aquel suceso, el cual del ciego había sabido dejar con malgenio, encontrome por camino incierto, pidiendo a Dios un amo más correcto que el último que haciome padecer por todo y por nada. Así fuime a topar con un molinero. Vuestra Merced pensará que aquel era la respuesta a mis plegarias, pero las desgracias de este Lazarillo apenas comenzaban. Éste, del que mozo me volví al instante, haciome trabajar día y noche, cargándome grandes sacos de harina sin poder probar bocado, hasta que saco no quedase ni uno en su molino. Este mi amo diome restos de trigo, el cual servía poco y nada, y las ratas ansiaban al igual que el pobre Laza:

— Come, hijo mío, toma tu paga, que no te la quiten los bichos — . Y tal gracia le hacía que faltole el aire al reír de mi desdicha.

                                                     

<< ¡De los bichos cuídate tú!>> — decía yo entre mí.

Otro día, aquel mi amo miserable, mandome a llevar harina al panadero, que este último, al recibirle al Lazarillo estos grandes sacos de polvo blanco, entregole a cambio para el molinero, unos bodigos tan bien hechos que a este delgado mozo haciole sonar el estómago y saltole el hambre de tal manera que el deseo de pecar contra mi amo hiciera verse ante mis ojos el más ansiado por mí. De camino de regreso al molino encontrome con las manos bien cargadas de una ingente canasta que escondiose en su interior manjares divinos, los cuales este Lazarillo luchaba por olvidar. Pero el vil recuerdo de aquel molinero, el cual haciome desgastarme día y noche burlándose de este pobre huérfano que haciole el trabajo sucio, dejome clara mi decisión a continuación, no sin sentir culpa al dirigirme al Señor:

<<El perdón te pido, Señor mío, por lo que he de cometer. ¡Ay de mí, y de todos los que como yo hemos nacido cuando no debíamos y ahora intentamos sobrevivir; consuelo te pido para ellos y para mí!>>. Y con disimulo, escondiome para mí un pedazo de aquel pan y dejole los demás al egoísta de mi amo, suplicándole a mi Dios que ese malvado no pongose a contar las hogazas de pan entregadas por su hambriento mozo.

Y así, Vuestra Merced, continuome el molinero a encomendarme en abundancia tareas y trueques, en los cuales el proceso de la repartición de hogazas repetí, quedando algo más saciado de lo que en semanas jamás me vi. Pero la vida de un mal nacido siempre vuelve a caer por el abismo, por más que uno ruegue, las sombras del pasado nos persiguen hasta el último aliento. El avaro de mi amo, al notar en mi actuar un extraño cambio, pongose a pesar las raciones entregadas por su mozo cada vez que este retornara de un trueque que tomose parte de sus bienes. Así descubriome el molinero hurtando las hogazas que en el último tiempo habían sido mi único consuelo. Tal fue el disgusto que se llevó al encontrarme de cuclillas dando bocados en su comida que este agarrome del cuello y zarandeome tan bruscamente que empezome a ahogar con las migas que aún en mi garganta permanecían.

–¡Dios te perdone por lo que has hecho, animal!, porque mi perdón no recibirás. Hago bien al darte un pequeño castigo, que el Señor ya te dará lo que mereces por lo que has acometido–. Y dejome este insano sin respiración y vomitando, pero con la semilla de la venganza bien plantada en mí. He ahí el error del molinero al ponerse en contra de mí y mi picardía, pues una vez elaborado mi plan, nadie de mis mofas se salvaba. Al día siguiente, cuando mandome

mi amo a cargar sacos, llevome en mi bolsillo un alambre fino, con el cual, luego de caminar a buen ritmo algo más lejos de este molino, dedicome a perforar los sacos procurando que tales perforaciones aparentasen haber sido por polillas, y así haciole pensar al molinero que aquellos bichos invadían por doquier su trigo, y tales devoraban sus riquezas blancas sin descanso, mientras luz hubiera en su molinillo. Y mi amo enloquecido mandome a matar polillas en vez de cargar semillas:

–Lázaro, mozo mío, ¡has de encontrar y exterminar a los que de mis bienes se aprovechan! Haz lo que tu buen amo te ordena, que si no, dura será tu condena–. Y bajo una falsa determinación mía, a mi amo le respondía:

–A Dios rogaré por ayuda, atraparé a todas sin faltar ni una, que estos bichos no saben con quién se han metido, ¡nadie escapa de este Lazarillo!–. Y así, durante semanas, libre de esfuerzos me vi, obligando al molinero a trabajar por mí. Al yo estar ocupado de vigilante, lo único que mi amo podía hacer era quejarse de las polillas que en su imaginación permanecían. Y para hacer más creíble el cuento de la plaga, y no gastar en vano trigo sano, quedome para mí las raciones de los bichos, que el hambre no faltaba en mi vida de mal nacido. Pero mi suerte, como siempre, no durome lo suficiente. <<Señor mío, ¿por qué lo haces más difícil para quienes culpa no tienen? Sé que he de pagar por mis pecados, pero ¿acaso no son los de mi amo tan deplorables como los míos? Si yo lo hago por conservar mi vida, y él por simple malicia, ¿debería recibir un castigo peor que el de un alma sin empatía?>> Así reflexionaba y gimoteaba cuando mi amo descubriome y agarrome por los pies, y arrastrome fuera de su recinto maldiciendo a este pobre niño que su mozo hacía llamarse hasta antes de haberme visto atrapado por este perverso ser. Me gritaba y me golpeaba sin piedad alguna, como si de un momento para otro el saco de trigo ahora fuera el Lazarillo:

–¡Mal nacido eres y mal nacido morirás! ¿Qué son esas lágrimas?, guárdatelas para el final. Te he advertido de mi castigo, y le has hecho caso omiso, ¿te crees tan pillo como para aprovecharte de un buen hombre, que acoge a un huérfano sin esperar de este lo más mínimo?–. Y pateome el estómago con una fuerza descomunal, esperando una respuesta que dejole satisfecho por parte de mí. Pero Vuestra Merced será testigo acerca de lo que llegole al infeliz, exactamente lo contrario a dicha al escuchar las palabras que de mi boca salían:

–Buen hombre te haces llamar cuando a un huérfano has intentado matar, primero de hambre, luego a golpes, con las sucias manos de un mortal y pecador como cualquiera en este lugar. Y aun así superior te crees a mí, cuando he sido yo el que te ha engañado no una, si no dos veces frente a tu nariz. Dios me perdone, pero no a ti, que ni siquiera te arrepientes de lo que has hecho y me haces a mí. De los bichos dijiste que me cuidara, pero ellos te han atacado a ti. Más astuto debiste de ser, miserable amo, ahora todo será en vano–. Y levantome con dificultad de la tierra que en mi cara y en mi ropa esparcida se encontraba, y echome a correr lejos del molino, escuchando los alaridos que de mi antiguo amo salían como rayos.

Así encontrome como en un principio, rogándole a mi Dios y buscando un nuevo amo. Cuando la caminata gastome todas mis fuerzas, sentome a mendigar, cuando un clérigo vi acercarse hacia mí. Este haciome preguntas de mi religión, y yo comenzole a responder mientras en mi cabeza empezome a formar una idea de mi nueva vida junto a aquel.

                                                                       Por Asunción Tapia Calvimontes ©

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