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				Las abuelas y los abuelos cuentacuentos de la Biblioteca de 
				Euforión (Argentina) son jubilados amantes de la lectura y muy 
				conocedores de la literatura clásica que narran cuentos a niños 
				en escuelas y hospitales, con el objetivo de fomentar la lectura 
				entre quienes no tienen un fácil acceso a los libros, con la 
				premisa de que “a leer también se aprende escuchando”. 
				
				 Ellos han redactado este bonito e interesante 
				decálogo:  
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			Todo niño, sin distinción de raza, idioma o religión, tiene derecho 
			a escuchar los más hermosos cuentos de la tradición oral de los 
			pueblos, especialmente aquellos que estimulen su imaginación y su 
			capacidad crítica.
			
			
			
			Todo niño tiene pleno derecho a exigir que sus padres le cuenten 
			cuentos a cualquier hora del día. Aquellos padres que sean 
			sorprendidos negándose a contar un cuento a un niño, no sólo 
			incurren en un grave delito de omisión culposa, sino que se están 
			autocondenando a que sus hijos jamás vuelvan a pedir otro cuento.
			
			
			
			Todo niño que por una u otra razón no tenga a nadie que le cuente 
			cuentos, tiene absoluto derecho a pedir al adulto de su preferencia 
			que se los cuente, siempre y cuando éste demuestre que lo hace con 
			amor y ternura, que es como se cuentan los cuentos.
			
			
			
			Todo niño tiene derecho a escuchar cuentos sentado en las rodillas 
			de sus abuelos. Aquellos que tengan vivos a sus cuatro abuelos 
			podrán cederlos a otros niños que, por diversas razones, no tengan 
			abuelos que se los cuenten. Del mismo modo, aquellos abuelos que 
			carezcan de nietos están en libertad de acudir a escuelas, parques y 
			otros lugares de concentración infantil donde, con entera libertad, 
			podrán contar cuantos cuentos quieran.
			
			
			
			Todo niño está en el derecho de saber quiénes son Hans Christian 
			Andersen, los hermanos Grimm, Emilio Salgari, Roald Dahl, Michael 
			Ende, Conrado Nalé Roxlo, Horacio Quiroga, Graciela Montes, Gustavo 
			Roldan, Laura Devetach, Graciela Cabal, Elsa Borneman, José Murillo, 
			Syria Poletti, María Elena Walsh, Silvia Schujer, Ema Wolf, Ana 
			María Shua y muchos otros. Las personas adultas están en la 
			obligación de poner al alcance de los niños todos los libros, 
			cuentos y poemas de estos autores.
			
			
			
			Todo niño goza a plenitud del derecho a conocer las fábulas, mitos y 
			leyendas de la tradición oral de su país. Tiene perfecto derecho a 
			interesarse por los relatos indígenas y cuentos folklóricos, así 
			como en toda aquella literatura creada por el pueblo.
			
			
			
			El niño tiene derecho a inventar y contar sus propios cuentos, así 
			como a modificar los ya existentes creando su propia versión. En 
			aquellos casos de niños muy influidos por la televisión, sus padres 
			están en la obligación de descontaminarlos conduciéndolos por los 
			caminos de la imaginación de la mano de un buen libro de cuentos 
			infantiles.
			
			
			
			El niño tiene derecho a exigir cuentos nuevos. Los adultos están en 
			la obligación de nutrirse permanentemente de nuevos relatos, propios 
			o no, con o sin reyes, largos o cortos. Lo único obligatorio es que 
			éstos sean hermosos e interesantes.
			
			
			
			El niño siempre tiene derecho a pedir otro cuento y a pedir que le 
			cuenten un millón de veces el mismo cuento.
			
			
			
			Todo niño, por último, tiene derecho a crecer acompañado de las 
			aventuras de Sandokan, de la sopita de avena de Dailan Kifki, de la 
			escuela de las hadas, de las historias del sapo, de la señora 
			planchita, de lo difícil que es enseñarle a tejer al gato, del 
			colorín colorado y del inmortal "había una vez...", palabra mágica 
			que abre las puertas de la imaginación en la ruta hacia los sueños 
			más hermosos de la niñez.   |