Por WILFRIDO SOTO DE ARCE

NO LLORÉIS POR MÍ…

Tuvo la visión de orientar a otros, para que lograsen alcanzar sus metas, pero...

     Me desperté de pronto, soñoliento, sudoroso y algo confundido. Apreté los párpados y me cubrí la cara para protegerme de la claridad del día. Abrí los ojos y moví la cabeza de un lado a otro. Había vuelto a soñar con un episodio que ocurrió hace ya bastante tiempo en mi vida. Afortunadamente, a mi lado estaba mi esposa Julie y ella me animó a que explicara lo que me estaba pasando. En la exposición de lo soñado, vuelven también a recrearse otras imágenes en mi mente. Los hechos tienen como escenario un lugar muy lejano de Puerto Rico, en tiempo y en geografía. A pesar del paso de los años, no he podido apartar de mi mente lo ocurrido la noche antes de que todo este episodio comenzara...

ANTECEDENTES

     El regreso de Peter Land a Inglaterra en junio de 1963, dio motivo para que los estudiantes y demás profesores del Instituto de Planeamiento de Lima, Perú decidieran celebrarle una fiesta de despedida. El profesor Land, era uno de los directivos más importante con el que contaba el Programa de Planeamiento de la Organización de Estados Americanos (PIAPUR). Por lo tanto, para todos nosotros los becados del Instituto de Planeamiento de Lima, entidad perteneciente a la Universidad Nacional de Ingeniería, era sumamente importante o estábamos prácticamente obligados a hacer acto de presencia en esa actividad. Walter Antonio Hoppe Ramírez,  de nacionalidad mexicana era uno de esos estudiantes que no estaba muy seguro de asistir a la misma. No obstante, esa noche se arregló especialmente y eligió sus mejores galas. Vestía su impecable traje color marrón tal como lo luciría un galán del cine mexicano.  Antes de salir de su departamento, se roció perfume cerca de su cuello y se persignó frente a la puerta, como de costumbre; parecía que iba a salir a una corrida de toros. En el camino hacia el ascensor se encuentra conmigo y se detiene a saludarme  y muy atento me pregunta: “¿Vas a ir a la fiesta?”  “No... no pienso ir por lo que tú y yo hemos hablado,” le respondí. Al llegar el elevador, tuvo que despedirse rápidamente con un: “¡Nos  vemos mañana!.” Noté que en su rostro se dibujo una tenue sonrisa. “¡Que disfrutes!” fue mi respuesta. Luego de hablar conmigo, me enteré por terceras personas, decidió subir de nuevo a su departamento y no acudir esa noche a la actividad programada, pues se sentía muy cansado.

      Walter, poseía el título de antropólogo otorgado por de la Universidad Autónoma de México. Medía más de 1,90 m. de estatura y era un elegante joven, jovial que poseía una gran personalidad. Además, de su temperamento firme y decidido era un estudiante inteligente y destacado, al grado de poseer una proyección de persona culta. Su participación activa en la discusión de diferentes temas, que se llevaban a cabo durante las clases, ponía en aprietos a los profesores nacionales e internacionales de la institución. También, tenía la capacidad de sentarse frente a una máquina de escribir  y en pocas horas preparar un escrito de quince páginas, a doble espacio, sobre cualquier tema que le asignaran, incluyendo la bibliografía. A nadie le cabía la menor duda que él era uno de los más sobresalientes, entre los treinta alumnos-profesionales, entre ellos diez peruanos, todos escogidos en libre competencia, desde sus países de origen por sus diferentes disciplinas. Cada uno como el mejor en su rama, representábamos a los distintos países de la América Latina. Al igual que el resto, él había aceptado la beca de la OEA, para estudiar durante dos años la Maestría en Planificación Urbana y Regional, pese a los deseos de su mamá de que no fuera. 

      Walter, venía de una familia de clase media, siendo su padre de ascendencia alemana y su madre mexicana, cuyo vínculo conyugal se disolvió en el camino de la vida. De ahí en adelante y en ausencia del padre comenzó a actuar a manera de figura paternal y de modelo inspirador de sus tres hermanos menores. Doña Guadalupe, su madre había cifrado todas sus esperanzas en el futuro de su hijo. El estaba enfrascado en la tarea de utilizar sus conocimientos en Planificación, como un instrumento de lucha para elevar las condiciones de vida de su pueblo mexicano. De la misma manera, a mi me interesó solicitar la beca de estudios, porque anhelaba un mejor futuro para mí, era la época en que muy pocas personas poseían una maestría, aún menos en el campo de la Planificación. Asimismo, se presentaba una magnífica oportunidad de prepararme en este campo, para contribuir al desarrollo integral,  en armonía con el ecosistema de la Isla del Encanto. Por otro lado, me atraía la idea de descubrir la República del Perú, distinguido como el lugar donde se originó el famoso Imperio de los Incas, cuya civilización trascendió al mundo por el intelecto, cultura e ingenio de sus habitantes. Además, en mi memoria estaba el recuerdo de mis nueve años cuando un día en la clase de español, mi profesora la Srta. Díaz, me pidió que leyera ante la clase, la historia de Santa Rosa de Lima. Quedé impresionado por el relato y decidí que algún día llegaría allí. No solamente conocí la casa donde nació y vivió ella, sino que también la del venerado Santo de los Pobres, San Martín de Porres.

      Con esto en mente fue que llegué a Lima. Allí conocí un grupo de cerca de veinte jóvenes extranjeros, que se habían reunido en un restaurante ubicado adyacente al edificio de Panamericana Televisión, Canal 13, donde los artistas y periodistas solían concurrir para disfrutar de una amena conversación junto a un rico “frappe.” Los mozos acercaron cuatro mesas para acomodarnos. En nuestra algarabía, el consumo de vino y el brindis fué por cada uno de nuestros países, llegamos a crear tal bullicio que los administradores comenzaron a sentirse intimidados. “Por favor bajen la voz, este es un lugar tranquilo y de mucha categoría. Aquí nosotros servimos a los artistas de televisión,” terminó diciendo el gerente.  En eso Walter, nos dice: “Muchachos nos estan botando elegantemente. Vámonos para uno de los restaurantes de la playa de la Herradura, a continuar la fiesta.”  Al salir del lugar tomamos varios taxis. Tomé yo el mismo taxi de Walter, iba sentado en la parte de atrás, el se sentó al frente, con la cabeza recostada al lado de la puerta. En todo el trayecto, permaneció dormido hasta que llegamos a un lugar muy bello al borde del mar, sitio predilecto de los limeños jóvenes de la época. El chofer, nos llevó hasta el restaurante que él conocía, le pagamos unos diez soles (40 centavos de dólar) y nos dirigimos al mismo. En el camino aproveché para sugerirle a Walter, que la próxima vez evitara dormirse en el  auto, ya que esta práctica era muy peligrosa, en caso de accidente uno no se puede defender… Me escuchó atentamente, sin decirme nada. A raíz de ese momento desarrollamos una gran amistad. Estuvimos, toda la tarde en la Herradura... Lo atractivo de este lugar, además de poder contemplar la bella costa de este litoral, era ver las jóvenes limeñas, dorándose al sol, tendidas graciosamente sobre la arena, mientras otras se bañaban en las frías aguas del Pacífico.

      Al atardecer regresamos a nuestros hospedajes. Posteriormente, nos reunimos con otros compañeros para constituir un grupo de cinco personas con el propósito de alquilar un apartamento en el Centro de Lima. En ese entonces esta ciudad de aproximadamente 1,8 millones de habitantes, era denominada el Jardín de América del Sur, la Ciudad de los Virreyes. Debido a su clima desértico, los planificadores construyeron sistemas de riego a todo lo largo y ancho de la ciudad. El Río Rímac, proveía el agua necesaria para el crecimiento de plantas, especialmente flores, tales como: rosas, claveles, margaritas y gladiolos que sembraban en todas las avenidas y parques. Algunos de nosotros vivíamos en San Isidro, un Distrito exclusivo que estaba ubicado a treinta minutos del centro urbano limeño. Por lo tanto la idea de alquilar un apartamento parecía genial. De esa forma podíamos disminuir los gastos de hospedaje y de transporte. Usualmente, la Universidad enviaba un ómnibus libre de costo a recogernos en  La Plaza San Martín.

     Arrendamos un apartamento, en un área cerca de la antigua Universidad de San Marcos y detrás del famoso Panteón de los Próceres y adyacente a todo lo que necesitábamos: bancos, oficinas de gobierno, cinemas, y buenos sitios para disfrutar el sabor de la excelente comida peruana. El costo de vida del país, resultaba relativamente cómodo. Además, nos pagaban las becas en dólares, por lo cual nos parecía que al cambiarlos a Soles, nos rendía a manos llenas. ¡Que más se puede pedir! 

      Vivimos en este lugar por un período de seis meses. Al final de los cuales, en el segundo semestre de 1962, ocurrió un golpe de estado en contra del Presidente Manuel Prado y Ugarteche. Tanques de guerra, rodeaban el Palacio de Gobierno. Frente a los revoltosos, se daba por descontado la presencia de los Húsares de Junín, policía montada protectora del Presidente. Todos ellos, vestían elegantes uniformes de diseño de la época Colonial, a la usanza de la guardia del mismo General San Martín. La Plaza del Libertador  y otras áreas de la ciudad también fueron afectadas. Utilizaban el abominable “rochabas”, camión tanque lleno de agua que lanzaba a presión chorros muy grandes de este líquido para dispersar la multitud... Además, llegaron soldados a caballo, armados con rifles y gases lacrimógenos hasta el Centro, acabando con la paz de nuestro hogar. En medio de esa conmoción y del corre-corre iba yo mojado, afectado por los gases y buscando un lugar donde esconderme, pero los efectos de los fluidos se sintieron hasta en el edificio que vivíamos. Esto atemorizó tanto a los compañeros que comenzaron a buscar apartamentos en la periferia del centro, pero a una distancia prudente a pie. Traté de convencerlos de que no era necesario mudarse, pues pensaba que esto no iba a repetirse y que por otro lado el nuevo apartamento iba a costarnos un poco más, amén de alejarnos del centro de la ciudad.

     Por supuesto que ellos me llevaban la ventaja de conocer la idiosincrasia de sus respectivos países y creían en todo menos en mis argumentos. Conocedores de la realidad de nuestras hermanas repúblicas, que continuamente viven a merced de un golpe de estado inesperado, sólo decidieron escucharme, sin hacerme el más mínimo caso. Lo llevamos a votación democrática entre los cinco, contando únicamente con mi voto en contra. El resultado fue a favor de la mudanza... Simultáneamente, decidimos incorporar otros tres compañeros y entonces alquilamos dos departamentos en vez de uno, pusimos un anuncio en el periódico al estilo peruano que decía: “Se necesita muchacha responsable con cama afuera.” Esto quería decir que ella se encargaría de los quehaceres de la casa, de cocinarnos y de hacer la limpieza de ambos apartamentos, y dormiría en su hogar. A la semana siguiente estábamos ya todos acomodados en un nuevo y elegante edificio de arquitectura moderna, cuyas paredes exteriores estaban cubiertas de mármol blanco, pisos inmaculados, con lujosos apartamentos y guardias uniformados en las puertas principales que vigilaban la entrada, dando acceso sólo a residentes y personas autorizadas. Oficinas de arquitectos, ingenieros, además de médicos, abogados y otros profesionales ocupaban estos espacios comerciales, desde el piso 1 al 6. Del piso 7 en adelante estaba reservado a departamentos para uso residencial, en uno de los cuales fui a vivir, en unión a mis compañeros de estudios.

      Fue en esta época donde ocurrió una mayor integración entre nosotros, ya que compartíamos muchas cosas en común. Además de los momentos de encuentro en la hora del desayuno, almuerzo y cena, se formaba también las consabidas tertulias dentro de las cuales conocí aún más de cerca a todos mis compañeros: Arq. Hernán Arguedas Salas, Ing. Gustavo Sánchez Díaz, y el Lcdo. Walter Antonio Hoppe Ramírez. Este último, era una persona que se interesaba en ayudar a todos por igual, especialmente aquellos que veía en situaciones difíciles, y era considerado el lider indiscutible del grupo, por su sentido de responsabilidad y buen juicio.  Se convirtió en nuestro hermano mayor, que a mi parecer era el mismo rol que desempeñaba en su hogar, que junto a su don de gentes y su lealtad lo hacían indispensable en nuestras actividades. Su caballerosidad era única entre todos, galante y respetuoso con las damas; tocaba los corazones con su trato y calidad humana.  Su visión creadora le inspiraba y cada día que pasaba le brindaba nuevos retos a su intelecto. Un hombre dedicado a plenitud a sus estudios, talentoso y destacado entre sus condiscípulos. Compartía sus conocimientos con todos los que se le acercaban, no conocía el egoísmo. Era tan amigo que dejaba de ser de él, para colocarse al servicio de los demás, por encima de sus propios intereses. Nos enseñó a utilizar la biblioteca con rapidez, seleccionar los temas, crear las hipótesis, así como la bibliografía adecuada que uno debe escoger para respaldar el escrito. Esto lo hacía sin reparo alguno. Pero, todo en la vida tiene un límite, y en ese sentido él no conocía el suyo.

      Recuerdo una vez, me encontraba en un aprieto con la fecha de entrega de un proyecto. No había podido conseguir una secretaria para mecanografiar el manuscrito. El estaba preparando varios trabajos de su mente al papel y me dijo; “No importa a que hora termine mis proyectos que luego haremos el tuyo.” Así lo hizo, culminó sus monografías para empezar la mía… Terminó de pasar mi escrito a las 6 de la mañana y ya a las ocho estábamos en la universidad entregando el mismo; esa noche, no tuvimos tiempo para cerrar los ojos. Este gesto jamás podrá borrarse de mi memoria. Tal fue la solidaridad de él con sus amigos, que no midió consecuencias y es precisamente por eso que a veces pienso que la vida teje una historia en torno a nosotros. Somos actores de nuestro propio destino y es por esto que ocurrió a mi modo de ver, el drama de su vida…

EL DRAMA DE SU VIDA

     Se encontraba Walter, en su apartamento y ya se había quitado su traje (terno) de salir. Se puso su pijama y se acostó a disfrutar de la lectura de un buen libro. Al poco rato, llegaron algunos amigos que lo venían a buscar para asistir a la fiesta de despedida de Peter Land. El les da las gracias y les dice que no irá por sentirse cansado. Ellos insisten, al grado de hacer que acceda y es cuando el amigo se levanta y por complacerlos se viste nuevamente para acompañarlos. Al llegar, la fiesta estaba en su mayor apogeo. Algunos bailaban y otros conversaban sobre distintos tópicos. “¡Esto es vida!” decía Walter, mientras hablaba y compartía con los amigos y profesores del Instituto. Hacía tiempo que los compañeros no lo veían tan alegre. Estaba tan lúcido y divertido como en el momento aquel del restaurante, en que todos nos conocimos por primera vez.  Hasta hizo el intento de bailar una Marinera, baile del folklore peruano. En verdad, todos estaban celebrando la ida del Profesor Land, persona no muy grata para el estudiantado. A veces creo que estuvo allí sólo por cuidar de sus amigos.

      Al terminar la fiesta, en un conocido Club nocturno de la ciudad, uno de los profesores, les ofreció llevarlos en su auto. Galantemente, los muchachos decidieron llevar primero, a una de las chicas que residía en el Barrio Miraflores, un distrito urbano exclusivo ubicado a una distancia en auto de 35 minutos de Lima, al sur de la capital. Antes de llegar a dejar a la compañera, el automóvil que los llevaba pasó por el edificio donde residía Walter y él les dijo: “!Déjenme aquí, por favor!” Sus amigos le respondieron: “Acompáñanos a dejar a la chica y luego te traemos de nuevo a la casa.” Como siempre él accedió, amablemente a esta petición. Al regreso por la avenida Arequipa, en el “by pass,” el profesor que conducía el vehículo, que iba muy contento, no pudo percatarse de un carro estacionado en el lugar; y al tratar de evitar un accidente lo golpeó con la parte de atrás de su auto. En el choque, el carro perdió el guardalodos y el parachoques, pero pudo continuar la marcha. Había ocurrido un lamentable accidente, como si un rayo cayera sobre él. De los dos pasajeros que venían atrás en el auto, uno se agarró con fuerza de los asientos para mitigar el golpe. En esos tiempos no existían los cinturones de seguridad. El segundo, se quedó dormido y recibió prácticamente todo el impacto en la cabeza, este era desafortunadamente Walter. Al tratar de darle los primeros auxilios notaron que el chico permanecía aturdido, aunque respiraba con cierta dificultad. Por jugarretas del destino en vez de llevarlo inmediatamente al Hospital, el chofer se preocupó por conseguir a un amigo para que lo ayudara a salir bien del problema del accidente. Cuando por fin decidieron llevarlo a la sala de emergencia del Hospital del Empleado, ya habían pasado unas horas. Se le dio entonces atención médica y es cuando, Walter da comienzo a una lucha desesperada por la vida. Mientras tanto, las autoridades universitarias avisaron a su mamá en México. Apenas, ella tuvo tiempo para hacer una maleta, y tomó el primer avión.

      Doña Guadalupe, aún sin comprender bien lo sucedido inicia su viaje a Lima. Al día siguiente pude conocer a una adorable señora de unos cincuenta años de edad, cuyo ánimo por recuperar a su hijo del trance en que se encontraba, descansaba en los pilares de su religión. Todavía recuerdo su llegada al hospital y mi pensamiento volvió a experimentar el sufrimiento de esta pobre madre, una madre que había tenido el valor y coraje de permitir que su hijo fuera en pos de sus sueños, aún a pesar de sentir un mal presagio en su corazón.  A petición de ella, hacíamos cadenas de oraciones tomados de la mano en la sala de espera y a pesar de su inmenso dolor, trataba de consolarnos (en vez de nosotros a ella) con su fortaleza y fe puesta en Dios y en la Virgen de Guadalupe. La incertidumbre de cuanto le quedaba de vida a su hijo, era una tormentosa idea que a todos nos afectaba. Con el paso del tiempo, veíamos como poco a poco se le escapaba la vida a nuestro amigo. Evidentemente, los médicos estaban desconcertados. Después de tres días en estado de coma y luego de grandes esfuerzos por salvarlo, mi gran amigo expiró, no pudo superar las hemorragias cerebrales que por esos días lo invadieron, todo fue en vano, la chispa se apagó, Walter pasó a ser desde entonces, luz para la eternidad. El “hermano mayor,” de todos nosotros entregó el alma a Dios, un 6 de junio del 1963.  Era admirable ver a su madre ante el cadáver de su hijo, lo abrazó y se aferró al cuerpo ya sin vida, lo besó en las mejillas y se despidió de él llorando…copiosa y amargamente. Derramó torrentes de lágrimas por vez primera, como jamás lo había hecho frente a nosotros. Ya nunca más volvería a estar junto a él. Nosotros, tratamos de consolarla, pero el llanto nos traicionaba...

      En ese momento, agentes de la funeraria entraron para llevarse la figura inerte de su hijo amado. Había que embalsamarlo para poder transportarlo a su país natal: México Lindo y Querido. No obstante, durante los trámites luctuosos surgió un inconveniente, la funeraria carecía de un ataúd lo suficientemente grande para que sus restos mortales, cupiera dentro del mismo y por esa razón hubo que esperar dos días más para conseguirle uno, de su tamaño. Aún así resultó un poco difícil introducirlo en la caja. Esto ocurrió, debido a que el peruano promedio alcanza una estatura de casi 1,7 m. Me tocó a mí ayudar a colocar el cuerpo de mi amigo dentro del ataúd, la verdad es que tuvimos que hacer fuerza para que encajara dentro de el. Tarea que nunca hubiera querido hacer, pero que el destino me la reservó, siendo mi primera experiencia de esta naturaleza. El coche fúnebre lo llevó hasta el aeropuerto donde le dimos el último adiós… ¡Que triste fue observar a esa madre llorosa, que vio salir con vida a su hijo y ahora tenía que llevarlo muerto, a descansar en su tierra natal…!  Era un cuadro desgarrador, ya que nunca se piensa en lo que significa la pérdida de un hijo, de tan solo 26 años de edad y con un sin fin de sueños que no se pudieron realizar. Me abrumaba el hecho de pensar que la vida de una persona en la flor de su juventud podría cambiar para siempre, en menos de un minuto. Ha sido uno de los momentos más conmovedores y lamentables de mi vida. A pesar, de que ha pasado el tiempo, Señor que todo lo cura,  aún sigo recordando esta triste escena de dolor…

      Ante estos sucesos, pasan por mi mente como una película de no creer, situaciones que me rodearon, previo a que este triste desenlace ocurriera. Recordé que dos semanas antes de la fiesta había recibido una carta de mi madre Thelma, en la misma me decía que tuviera mucho cuidado con participar en fiestas de madrugada, ya que ella tenía la corazonada de que iba a ocurrir un trágico accidente de tránsito a mi alrededor. Comenté esto en forma privada con mi amigo Walter, quien después de escucharme, me relató un sueño que había tenido por esos días. Me explicó con suma seriedad que había visto a todos los compañeros reunidos en un salón alrededor de un féretro y lo más que le llamó la atención, fue que él sabía que estaba presente, sin embargo no se veía por ningún sitio. “Walter, ¿será un mal presagio, le pregunte?” Quizás nos están dando un aviso, dijimos los dos y por lo tanto hay que tener mucho cuidado, en lo que hacemos. Ese presentimiento, fue la razón por la cual yo decidí no asistir a esa fiesta. Ahora comprendo que aún no había llegado mi tiempo. El resultado de su sueño, ya todos los sabemos. Lamentablemente, esta señal o premonición se cumplió...

      Como un reconocimiento póstumo a su memoria, el Arq. Hernan Arguedas Salas diseñó una sortija conmemorativa y el grupo decidió denominar a la clase de 1963: “Promoción Walter Antonio Hoppe Ramírez”, primer grupo graduado del Instituto de Planeamiento de Lima, cuyo título recibió el reconocimiento de la prestigiosa Universidad de Yale, por su asistencia técnica, así como la colaboración financiera de la Organización de Estados Americanos. Nuestro Profesor y luego Presidente de la República del Perú Arq. Fernando Belaúnde Terry, tuvo la encomienda de entregar los diplomas a todos los graduandos en presencia del Director del Programa Arq. Luis Ortiz de Zevallos y el Secretario Arq. Enrique Alegre Salazar. Unos días después, de esta actividad regresamos a nuestros países.

      Ha pasado casi medio siglo desde esa época que marcó mi vida y esas dolorosas imágenes vuelven a poblar de recuerdos mi mente. El 6 de junio se cumplen aniversarios de esa tragedia. Que descanse en la eternidad el amigo, al que siempre recordaré por su amabilidad y sensibilidad humana. Aunque no pudo cumplir con sus sueños, en su breve paso por la vida (26 años), tuvo la visión de orientar a otros, para que lograsen alcanzar sus metas. Por su nobleza de espíritu, su entereza de carácter y sobre todo por su amistad sin medida, y por la admiración que le guardamos, es que en un momento de nuestras vidas decidí junto a mi esposa Julie, darle a nuestro hijo en su honor, el nombre  de: Walter... ¡Qué para bien sea!

E P Í L O G O

     Unos años después de su muerte, a invitación de Doña Guadalupe, fui a visitarla en su hogar de México, Distrito Federal. Al llegar al lugar quedé sobrecogido por la emoción, frente a mi se encontraba el piano de cola donde Walter, en tantas ocasiones se sentó a tocar sus melodías favoritas...una de ellas de Ludwig Van Beethoven: “Para Elisa.” Sobre el piano, su mamá había colocado un ramo de rosas rojas, sus favoritas, (y mis favoritas) un retrato de él y un hermoso candelabro aparecían también al lado. Al fondo la bandera mexicana… Respiré el aroma de esas rosas y por un momento pude percibir la presencia de su espíritu en aquel lugar. Sin duda alguna, él estaba allí. Recorrí toda la casa y después, a insistencia de Doña Guadalupe, pude ver la habitación que ella conservaba intacta como recuerdo viviente de su hijo. A los pocos días quise pasar al cementerio a visitar su tumba… En esta ocasión nos acompañó uno de sus hermanos. Parados de frente a su panteón de mármol negro, hice una oración y ví sus rosas rojas otra vez. Un libro abierto y grande era la escultura encima de su sepulcro. En letras doradas se podía leer un texto que decía:

¡Si pasas por mi tumba verás mis hermosas rosas!

No lloréis por mí... sino por vosotros!

      Compartí con su familia algunos días y disfruté grandemente de la estadía en su hogar... Doña Guadalupe, era un ser muy especial, el viaje me dio la oportunidad de conocer otra de sus facetas de la vida… Luego de una larga conversación y viendo ella que el momento de mi partida se acercaba, observó mi aura y con voz muy suave dijo estas palabras que a mi me parecieron proféticas: “Vas a tener un cambio en tu porvenir. Tendrás un futuro halagador y vas a encontrar tu alma gemela, que será tu felicidad verdadera en la vida. Como todo, tendrás obstáculos, pero eres lo suficientemente fuerte para prevalecer sobre ello. Enfréntate con valentía que al final vencerás...” Al paso de los años he visto que esa profecía se ha cumplido...

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