"Mi madre, la Virgen María"

Adaptación de Gabriela Kast

Todas las noches, el papá, la mamá y sus cuatro hijos se arrodillaban frente al pesebre, porque sólo faltaban dos semanas para Navidad. Rezaban, mirando al Niño, y se sentían felices conversando con la Virgen, con el Niño y con Dios. Terminada la oración, se despedían con un beso y los niños se iban a dormir.

Pero Rosario aún no se dormía. Nadie sabía que ella, cada noche, conversaba con su Madre del Cielo. Siempre comenzaba saludándola cariñosamente:

-          ¿Cómo estás, madrecita querida? ¡Qué largo se me ha hecho el día esperando poder conversar contigo nuevamente! ¿Me has echado de menos? ¿Crees que hoy me he portado bien?

Rosario hablaba con naturalidad, porque estaba hablando con su mejor amiga. ¡Cómo quería a su Madre del Cielo!

Sus ojos brillaban de felicidad. Le contaba todo esto, todo cuanto había sucedido en el día…las penas y las alegrías.

¡Qué suerte la de Rosario! Poder contarle a la Mamá del Niño Jesús todo lo que le pasaba. ¡Ella sí que sabía escuchar!

Mientras la niña hablaba, la Virgen miraba a Rosario con gran cariño, porque la quería mucho, como también quiere a todos los niños del mundo.

Pero Rosario no sólo hablaba con la Virgen cada noche, mostrándole cuanto ocurría en su corazón. También durante el día todo lo compartía con Ella. Si jugaba a la ronda o a las escondidas, le dejaba un lugar: le cantaba, le bailaba o la adornaba con flores. No pasaba día en que no “jugara” con su Madre Celestial. ¡Qué buenas amigas eran!

 Faltaban dos semanas para Nochebuena. Rosarito estaba acurrucada con su osito regalón y de repente sintió esa querida voz, para ella tan familiar, que le decía:

-          Rosario, hoy he visto que te caías recibiendo un golpe muy fuerte en tus rodillas. Vi también cuando lloraste y me dio pena tu dolor. Hijita querida: me gustaría, si otra vez sientes un dolor o una pena, que pudieras regalárselo con alegría al Niño Jesús… El tomará tu dolor, tu pena y te llenará de paz y felicidad. Será un gran regalo para El. Sólo tienes que decirle: “Niñito Jesús, yo te ofrezco mi dolor, te lo ofrezco con amor”.

Rosario estaba maravillada y no quería que su amiga la dejara tan pronto. Se llenó de alegría cuando oyó que la Virgen, su querida Mamá del Cielo, le decía:

-          Rosario, tienes mucho que crecer, tienes mucho que vivir en este mundo… escúchame, hija querida… Se acerca Navidad, esa fiesta tan hermosa, tan querida por los niños. Como sé que tú quieres a Mi Hijo tanto como yo, ofrécele tus sacrificios; ofrece lo que te resulte difícil, tus penas, tus dolores. No te quejes, no llores, pero no te olvides de agradecerle tus alegrías, ¡esa cantidad de pequeñas cosas que te hacen feliz!

Entonces Rosarito se quedó dormida, deseando que llegara luego el nuevo día.