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ESCRIBO CON ANTIGÜEDADES |
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Carlos Calvimontes R. Casi hasta la mitad del siglo pasado, cuando terminé el ciclo de la educación primaria, que entonces duraba seis años, usábamos las plumas metálicas y mangos o portaplumas de madera. Al empezar las clases de caligrafía uno de los alumnos, muchas veces fui yo, echaba un poco de tinta en el vasito de porcelana que había en cada pupitre. Ocurría que no faltaba alguien que 'por descuido' daba un rápido golpe con el tablero del pupitre y se levantaba un surtidor de tinta, con gran regocijo de todos. He debido comprar muy pocos mangos y plumas en mi infancia; en esa época las cosas duraban mucho y yo tuve una buena dotación de materiales en mi casa. De mi padre recibí una cajita de metal con un gran surtido y cantidad de plumas, como él, a su vez, las recibiría de mi abuelo y éste de mi bisabuelo que habría pertenecido a la segunda generación que las usó. Es muy difícil imaginar cómo antes de tan pocas generaciones el instrumento de escritura fue la pluma de ganso. Aunque en cada familia habrían ocurrido cosas así, con mermas y reposiciones, como en la mía fui el último en utilizar plumas para escribir, me quedó un saldo que a mis hijos ya no les sirvió. Las que muestro a continuación, del medio centenar que me queda, con excepción de una, todas están sin uso. Hay alemanas Brause & Cº (1-5), norteamericanas Hunt (6-7), inglesas Geo. W. Hughes (8-9), norteamericanas Esterbrook (15-17), otras de diferente marca de esos mismos países y una argentina (19).
De chico sólo me interesó saber cuáles me servían mejor; preferí la 8, la 11 y la 13, ésta muy resistente y de las que tenía mayor cantidad; aparte de la 5 y la 18 que, por ser cortadas, me fueron útiles para hacer letra artística, especialmente la gótica. Me parece raro hacer estas descripciones, pero resulta que ahora estas plumas y otras semejantes son de colección y museo, o sea que ya tienen alcurnia; que es cuando algo o alguien tiene buena calidad, nombre apreciado y se reconoce su antiguo origen. Éste, en prácticamente todos los casos, se remonta a la primera mitad del siglo XIX, salvo el de las Hunt que son de sus finales, y el de la pluma argentina que sería del siglo XX. La que lleva el número 12 es una William Mitchell's que, además de servir para hacer doble línea, es de la primera fábrica de plumas, que inició su producción en 1822. Pero, la pluma que es una auténtica curiosidad es la 10 y de cuya existencia no encontré ninguna referencia; es la que fue fabricada expresamente para el General Ballivián.
El General José Ballivián Segurola (1805 - 1852), militar y político, fue Presidente de Bolivia entre 1841 y 1847, después de la Batalla de Ingavi que consolidó la independencia de ese país. Así como todos escogemos con qué escribir bien, de acuerdo a nuestra forma de hacerlo: tipo de letra, forma de tomar el instrumento y otros aspectos, lo que empleamos con ese propósito se vuelve algo muy personal y, si se tiene los medios, se puede usar algo exclusivo; ese habría sido el caso de ese ilustre personaje.
Pero mi sueño era tener una Tiku, de rOtring. Había escuchado a mi padre ponderarla; se trataba de un instrumento alemán, con una forma distinta a la que se reconoce como pluma, pues la tinta fluía por un tubito. Fue el producto inaugural de esa marca, en 1928. No la vi hasta unos años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, en una vitrina donde yo iba a verla con frecuencia al salir del colegio pues me enamoré de ella; servía para escribir y dibujar. Me la compraron y me duró hasta que fui a la universidad. Fue mi lujo y con lo que hice mis primeros trabajos remunerados: dibujos para un periódico de mi ciudad.
Supongo que, como en muchas otras cosas en la vida doméstica, es como algo de familia la adhesión a determinadas marcas de instrumentos para la escritura, en este caso las plumafuentes; que uno aprende a valorar viendo lo que usan sus mayores. En la mía fueron las marcas Parker y rOtring. Después de la Tiku tuve una Parker 51, de los años 40 pero que demoró en llegar a mi alcance, un instrumento que marcó toda una época, de una calidad insuperable en esos años. Luego fue la Parker 21, de fines de esa década, más 'de batalla' y muy buena; mis hijos la usaron todavía en su primera juventud.
Entre fines de los 80 y principios de los 90 volví a la marca rOtring. Primero con la rOtring 600, plateada, una belleza, con una calidad estupenda para escribir y dibujar; su diseño ergonómico y su peso le dan una comodidad y un balance únicos, con la facilidad de que se le pone la tinta con cartuchos. Uno de mis hijos dice de ella "Otra cosa linda de la 600 de aluminio es esa sensación de frío cuando la levantas..., es como usar un instrumento de precisión". Luego vino la rOtring 600 negra, con características externas que casi no hacía falta modificar. Ambas son ahora de colección y ya no saldré de ellas.
Escribo, siempre lo hice, con cosas antiguas, ya eran o han resultado siéndolo; soy abuelo del siglo XX. He tenido que frenar mis deseos de relatar sobre otros instrumentos para la escritura y el dibujo; quise dedicarme primero a las plumas y plumafuentes. 'Dejo en el tintero', para otra oportunidad o para que otro abuelo lo haga, lo relativo a los lápices, a los bolígrafos y a las otras plumas, las plumillas para dibujar con tinta china, y otros instrumentos que son ahora objetos de museo, como los tiralíneas que si los ven mis nietos no sabrían para que servían. Ahora hay centenares de tipos de productos y se mira menos al pasado, menos aún con los recursos que da la informática, para escribir y dibujar.
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