Carlos Calvimontes
R.
Para los abuelos de
ahora, fue una gran fortuna haber vivido su adolescencia en la
mitad del
siglo XX; no tuvimos
televisión y nuestra imaginación no sólo nos fue una gran aliada, se
fortaleció entrenándose. En la radio no había programas destinados a nuestra edad; aparte de la instrucción formal, lo que más conocimos
nos llegó por lo oído en nuestros hogares: noticias, leyendas y tradiciones en
charlas, relatos y cuentos; y, por lo que encontramos en la biblioteca familiar y
en la del colegio, la lectura hizo el resto.
Cómo disfruté
leyendo, no había la abrumadora cantidad y diversidad de libros y
revistas que se ve ahora, pero sí lo suficiente para escoger según
personales preferencias, marcadas por el temperamento y las incipientes
inclinaciones intelectuales que, más tarde, habrían contribuido a definir la forma de vida y
la manera de encararla. Lo más
significativo para mí fue encontrar personajes cuyas andanzas y
aventuras pude seguir, entusiasmado y expectante, en esos años que van
de los diez a los quince.
Entre los
entrañables amigos de entonces, reales o imaginarios, deseo recordar
ahora a los que me hicieron soñar despierto, leyendo o
escuchando sobre sus aventuras de las que siempre esperaba saber más. No fueron lo que se llama
ahora 'superhéroes', supermanes y demás; a pesar de ser de fantasía,
excepto dos, eran personas que podrían haber existido, todas
paradigmáticas
en lo suyo. Me ampliaron la visión del mundo, en la edad en la que despiertan
las inquietudes que acompañan nuestra existencia.
También, algo aprendí de ellos para: apreciar la
ciencia y la tecnología; desentrañar cosas complicadas, es decir el provecho de la deducción
estructurada; tener confianza en uno mismo y conocer las
ventajas de la actividad en equipo; reconocer las causas nobles, la amistad
y el altruismo; y, tener interés por conocer otros
lugares, su geografía e historia. Los autores y colaboradores que
crearon los
personajes de ficción, y los reales con lo que hicieron, me han ayudado a
comprender lo que significa describir con textos y dibujos.
Al grano:
|
Bill
Barnes, el mejor piloto de combate, tuvo un equipo
formidable: Shorty, Red y otros, entre los que destacaban
Scotty el mecánico y Sandy, el joven piloto del "mosquito".
Para sus aventuras diseñó el avión "tempestad escarlata",
otros veloces aparatos y un autogiro con alas retráctiles y
motor cohete auxiliar; con gran verosimilitud técnica, para
luchar contra su enemigo Mordecal. Sus maniobras de combate,
para ganar distancia y posición, en la persecución y
ofensiva, eran rizos, toneles, virajes y espirales. Sin
embargo, la mejor era la Immelmann (creada por un famoso
piloto alemán de la Primera Guerra Mundial): poniéndose de
frente al avión enemigo, pasaba por debajo, hacía una curva
hacia arriba, en la parte alta daba un giro de 180º y tenía la
mejor ubicación detrás de su adversario.
|
|
|
Doc
Savage, el Hombre de Bronce, un personaje del Renacimiento:
médico, cirujano, científico, investigador, inventor,
músico, explorador y aventurero. Tenía un físico admirable y
una memoria fotográfica, practicaba artes marciales, era
hábil con los disfraces, sabía muchos idiomas y podía imitar
voces, aunque tenía dificultad con la de las mujeres. En su
lucha contra delincuentes, tiranos y ambiciosos de poder,
hizo gala de justicia y bondad. Cuando no estaba en su
refugio en el Ártico, vivía en un piso 86 y abría su puerta
con un trino casi inaudible. Los miembros de su equipo
fueron de lo mejor: Monk, químico; Ham, abogado; ingenieros
y un arqueólogo. Se adelantó con la invención del
contestador automático y los lentes de visión nocturna.
Para
mí, Doc Savage inspiró la serie Misión Imposible, con buen equipo
y recursos técnicos; aunque, comparando, con caracteres
muy discretos, casi insípidos. |
|
|
Sandokán, el Tigre de la
Malasia, se hizo pirata y recorrió todo el sudeste asiático
para vengarse de los ingleses, que habían matado a su
familia y lo destronaron del principado de Borneo. Tuvo una
fiel tripulación, los tigres de Mompracem, su refugio, y la
ayuda de su principal compañero, el portugués Yáñez. Aunque
sus andanzas se describieron a principios del siglo XX, su
lectura conserva el interés para los nietos de ahora.
Acompañándolo en sus
aventuras, aparte de tener que familiarizarme con la
geografía y la cartografía de las antípodas, pude comprender
lo que es la navegación con la vela mayor, la mesana, la cangreja y los
foques; distinguir babor de estribor, popa de proa,
barlovento de sotavento; conocer las actividades marineras
de calafatear, capear, estibar y pairar; y, saber de
embarcaciones menores como las chalupas, chinchorros y
esquifes. |
|
El
Príncipe Valiente, emblemático en esa doble condición,
es la excepción; envejece y ahora lo
reemplaza su hijo mayor, pero sigue joven en mi memoria.
Hijo de Aguar, rey de Thule (que fue desposeído por Sligon),
salvó la vida a Sir Gawain y empezó siendo su escudero. Después fue a Camelot y el rey Arturo
lo hizo caballero de la Tabla Redonda. Conoció a Lanzarote y
tuvo como enemigos, entre otros, a los hunos y a los sajones.
Se casó con Aleta y tuvieron muchos hijos. El relato, aparte
de ser de aventuras, es una simpática saga familiar.
En mi
tiempo y ciudad, fue la oculta justificación para,
infaltable, acudir con algunos de mis amigos, a ayudar a
compaginar a mano un periódico semanal, porque teníamos la
primicia de leer y ver el relato de las correrías del
Príncipe Valiente a página
completa, y disfrutar de esas maravillosas y limpias
ilustraciones (con los textos fuera de ellas), con un dibujo
perfecto y a todo color, con un detalle que no terminábamos
de apreciar y comentar; la compaginación podía esperar...
|
Rip
Kirby, atlético detective, había sido héroe en la campaña
del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial y era
reservista de la Marina. Erudito investigador en casos
criminales, tenía la leal ayuda de su valet Desmond y la
traviesa compañía de la rubia Honey. Su siempre atildado
atuendo se complementaba con unos lentes con montura
cuadrada y una infaltable pipa recta.
Con mi
amigo Peter coleccionábamos las tiras diarias donde
aparecía, y pretendíamos
emular el dibujo de gestos y movimientos de él y de los
otros personajes. Tuvimos una enorme sorpresa y nos sentimos
halagados cuando llegó a nuestra ciudad y, alojado
en un céntrico hotel, se tomó una cerveza en una mesa de la
acera (con unas palmeritas de fondo), fumando un Lucky Strike (¡vimos la marca
con una lupa!) porque, según dijo, no podía utilizar su
pipa debido a que ésta se le apagaba por la
altura de la ciudad (muy por encima del nivel del mar);
nosotros empezamos a practicar... |
|
|
Ellery
Queen, joven intelectual egresado de Harvard, autor de
relatos de misterio e investigador aficionado que, con una
mente muy analítica, tuvo curiosidad por descubrir a los autores
de muchos crímenes, casi siempre ayudando, sin cobrar nada,
a su padre que era el inspector jefe del Departamento de Homicidios de
Nueva York.
Especialmente leí la serie que venía en la revista Leoplán
que compraba mi padre, trataba de breves 'casos' (recuerdo
bien el de las 'naranjas chinas') y, a la mitad de cada uno, había un
desafío al lector que, se decía, ya tenía todos los datos
para desentrañar el caso. Lo único adicional era un plano de
la casa donde se había cometido el crimen. Fue mi primer
conocimiento para leer la principal forma de la representación
arquitectónica. Alguna vez demoré, sin hacer trampas, toda una
semana en descubrir quién era el culpable. |
|
|
Saint-Exupéry,
fue otro gran piloto, real pero al mismo tiempo legendario.
No participó, por decisión propia, en batallas aéreas pero
sí en muchas peligrosas misiones de reconocimiento aéreo, en la
Segunda Guerra Mundial. Había estudiado
arquitectura pero sus grandes pasiones fueron volar y
escribir. Viajó por muchos países de Europa, África y
América, siendo pionero del correo aeropostal. Fue
arriesgado piloto de pruebas y osado en célebres viajes
solitarios de larga distancia.
Su
libro más celebrado, El Principito, es uno entre los muchos
que dedicó a temas de aviación. Pero, en esa época, más supe
de él que por la lectura de las muchas noticias,
contradictorias y confusas, que daban cuenta de su
misteriosa desaparición en el mar (piloteando el que,
a mi juicio, fue el avión más hermoso, el P-38), cuando
cumplía una misión sobre el Mediterráneo. Con la
curiosidad que se me despertó entonces por su figura, me fui
enterando de sus hazañas por las conversaciones que escuché a
mis mayores. |
|
|
Percy
H. Fawcett, geodesta, investigador y ejemplar explorador. Por encargo
de la Real Sociedad Geográfica, que había recibido una
solicitud del gobierno de Bolivia, a principios del siglo
pasado, viajó a ese país para
delimitar sus fronteras con el Brasil. Hizo las mejores
descripciones de las ciudades y paisajes que encontró. Después de cumplir su misión,
interesado por la arqueología, se dedicó con un empeño
inigualable a buscar una antiquísima ciudad perdida en la jungla
entre esos dos países, hasta desaparecer en la que sería su
última expedición, en 1925. Lo han buscado muchos, por
décadas, algunos
sin regresar.
Cuando
recién escuché sobre sus ideas, afanes e intrépidas exploraciones,
creí que se trataba solo de un fascinante personaje de
ficción. Ahora, que sabemos más de él y de sus viajes, por
el libro que se hizo con las cartas que envió
a su esposa e hijos, se ha convertido en un personaje icónico,
por su invencible perseverancia por descubrir algo que algún
día se conocerá.
Inspiró la creación de Indiana Jones
pero éste, aparte de saber
de arqueología y de ser un aventurero, es sólo una
caricatura, hasta por su pertrechada figura, violento como no
lo fue Fawcett y
que se desenvuelve en un contexto entretenido de
incongruencias y disparatados anacronismos. |
|
Tuve amigos que ya se fueron,
otros no envejecieron en mi memoria; soy abuelo del siglo XX.
Hubo otros personajes a los que no me he referido, aquellos entrañables que conocimos en los
libros de
la adolescencia, que a pesar de reiteradas lecturas no nos perdíamos
nada, de principio a fin: Tom
Sawyer, su amigo Huckleberry y la adorable Becky; El Zorro, el de la
Maldición de Capistrano; El Coyote, otro justiciero enmascarado, en el
libro inaugural de una serie interminable; y las obras
de Karl May, Jack London (Colmillo Blanco y otros) y de R. L. Stevenson (La Isla del Tesoro,
y el
Caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde).
También atesoro en mi memoria la emoción que nos ocasionaban tantas películas.
Cómo olvidar las de cowboys
y pieles rojas, el llanero solitario y otros, que nos hacían armar
tremendos alborotos en las matinales del cine, después de la misa en el
colegio; siempre sabíamos cómo terminarían: el descubrimiento del tesoro o
el rescate de la 'chica', siempre el triunfo de los 'buenos'; las de dibujos animados como
Saludos Amigos de Walt Disney (¡con acuarelas de fondo!), o algunas,
breves y viejas ya entonces, del Gato Félix; y, la primera película que
vi, bellísima, El Mago de Oz.
|