ABUELOS SIN FORTUNA

 

A no ser que se trate de severas limitaciones, la disponibilidad de medios económicos no es algo verdaderamente significativo en la condición de ser abuelos; en ésta es mucho más importante la inmensa fortuna de desempeñar y disfrutar el rol que, como en el caso de la paternidad, se cumple con el deseo de hacerlo bien cada día y con los más nobles sentimientos en provecho de la propia descendencia. Así se recibe a cambio, y sin necesidad de pedirlo, el regalo del afecto familiar y la ternura de los nietos.

Hay, lamentablemente, abuelos sin esa fortuna. Son los que, por diversas causas, no pueden ejercer, pese a su buena disposición, el rol que les corresponde, haciéndose más grave esa situación si afecta a sus hijos y especialmente a sus nietos. Esos abuelos se encuentran en todas las clases sociales y económicas; en la mayor parte de los casos, sus circunstancias pasan desapercibidas y, por eso mismo, se hace muy poco por remediarlas, creándose un encadenamiento de efectos que motivan muchas tribulaciones.

Puede tratarse de una persona mayor y de discreta apariencia, sentada solitaria en un banco y mirando, casi sin querer hacerlo, cómo juega una nieta ajena. Puede ser otra persona, de altiva opulencia que, también solitaria, después de tomar café en un sitio elegante se marcha con la mirada perdida en unos sentimientos que entristecen su rostro. Ambas extrañan, quizá sin reconocerlo, la ternura de un nieto que los podría esperar con los brazos abiertos y la más dulce de las sonrisas.

Todos podemos, sobre todo los abuelos con feliz ejercicio del papel de tales, hacer en esas circunstancias algo de lo que no nos vamos a arrepentir, incluso ante un eventual desaire: iniciar una conversación con cualquier pretexto. Es sorprendente y grato darnos cuenta de que se nos estaba esperando. De una cosa se pasa a otra y quizá muy pronto descubramos cómo hay algo que, sin mucho esfuerzo, podemos hacer para contribuir a modificar algo para bien o, por lo menos, transmitir un sentimiento de afectuosa solidaridad.

 

Sólo se trata de empatizar. En algunos casos pueden bastar unas palabras de comprensión, quizá un consejo disimulado por eso del respeto humano, algo que ayude a reflexionar, a hacer que se piense que hay solución a un trance que puede parecer difícil. En otros, que son la mayor parte, dar inicio a una conversación, que tanto les gusta tener a los abuelos, sobre temas de actualidad o intrascendencias, todo con buen humor. Así, siempre se ha podido iniciar amistades duraderas o efímeras, ambas siempre agradables.

Por cualquier causa que afecte a los abuelos: caprichos o chocheras, desencuentros familiares, ausencias o faltas de comunicación, dolencias reales o inventadas, escasez de recursos económicos; el resultado indeseado es la soledad acompañada por sentimientos de infortunio y desconsuelo. Y son precisamente los abuelos afortunados, más que nadie, los que deben ir en la búsqueda gratificante de sus solitarios congéneres, en una campaña anónima que se puede llamar Abuelos Sin Fronteras.