SIQUIERA QUE VIVIERON LOS ABUELOS*

   

Carlos Gustavo Álvarez

          

La imagen de los hombres que vinieron a llevarse a mi abuela María es difusa, el tiempo ha borrado la precisión de ese recuerdo.

Puedo ver que está muy enferma, antes de que se aleje tendida en una litera rodante. He pasado con ella los últimos días, acostado a su lado, calladito. Tenemos el mismo tamaño, porque ella se ha venido haciendo cada más chiquita.

La miro interminablemente, mis ojos concentrados en su pelo de nieve, en sus ojos claros, en sus rasgos finos. No la vuelvo a ver.

Muere en el hospital, porque un derrame cerebral se lleva sus 73 años como un viento feroz, arrancándome de su compañía con una injusticia perversa que sacude mi infancia.

Hoy quiero recordarla como a todos los abuelos, porque su presencia es la estrella mayor de las familias. Sé que la figura de la abuela es cardinal en la vida de mis hijos, y no soy tan tonto como para ponerlos a escoger entre ella y yo. Perdería irremediablemente. Porque para la abuela serán siempre niños y nunca dejará de complacerlos con caricias, con mimos y con el recurso incomparable de la cocina, que domina con la magia de unas manos y una sabiduría, que el paso del tiempo agiganta y perfecciona.

Creo que la experiencia solar de los abuelos, que en generaciones anteriores es tradición sagrada de respeto y veneración, ha cambiado potenciándose en las circunstancias actuales. El número cada vez mayor de parejas separadas y de mujeres cabeza de familia y la vinculación creciente de la mujer al trabajo, han revivido a los abuelos en el ejercicio de padres. No voy a embarrarla explorando las consecuencias sociológicas de ese retorno. Me baso en el afecto y en la certeza que esas figuras de la abuela y el abuelo han venido fortaleciéndose en el ritmo de este mundo loco, tan vacío de afecto sincero, tan necesitado de manos compasivas.

Celebro que así sea. Contraria a la imagen siniestra de La abuela que encarnó Teresa Gutiérrez -gran actriz que debería recibir un inmediato homenaje nacional de admiración y tributo profesional-, la mía es de ternura, de solaz, de compinchería.

Ubicados en edades que nos hacen afines, los niños y los abuelos estamos conectados como las personas que entran y salen por una puerta. La identidad secreta que nos comunica es un lazo envidiable a los ojos del mundo.

Por eso, quiero celebrar a los abuelos. Sugerir que más allá del entramado comercial, se cree 'El día de los Abuelos'. No como una extensión de las fechas de la Madre y del Padre, sino como una conmemoración precisa, que nos permita a hijos y a nietos vitorear la ventura de su existencia. Y aunque el poeta Jorge Robledo Ortiz, cantó por razones de la Antioquia grande y altanera que "siquiera se murieron los abuelos", yo me planto en la convicción que siquiera vivieron. Viven.

Para que sepas que tu dolor es mío esta semana que murió tu abuela y el corazón palpita desolado como aquel día que unos hombres vinieron a llevarse a mi abuela María para nunca más volver.

* En SerAbuelos con el permiso del autor. Publicado el 25-07-08 en PORTAFOLIO, Colombia